Espera

El hombre cerró el paraguas, antes de volver a abrirlo, nerviosamente. Miró su reloj y cerró nuevamente el paraguas. Miró a ambos lados de la calle, pero aún no llegaba. Aquel día de otoño paseaban cientos de personas frente a él, pero no quien buscaba. Miró un momento las copas desnudas de los árboles, y su vista volvió a la plana y fría cara del reloj, dándose cuenta que las manecillas casi no avanzaban. Por las dudas, golpeó el reloj con el dedo índice, pero funcionaba bien y el tiempo pasaba.

Cambió una vez más de posición, nervioso. Maldijo entonces los bancos de la plaza. Intentó ponerse cómodo cambiando varias veces de posición, pero no era la banca lo que lo molestaba. Se sacó el sombrero y lo empezó a dar vueltas en sus manos. Esperó otro momento. Dejó el sombrero en su regazo y miró de nuevo el reloj. Abrió el paraguas y lo volvió a cerrar. Dejó de nuevo el paraguas y tamborileó sus dedos sobre el sombrero, mientras miraba, buscando por la plaza, pero sin resultado alguno. Ante esta búsqueda infructuosa se volvió a mover incómodo en el banco de la plaza. Esperó otro rato más, mirando un ramo de rosas que traía. Finalmente se puso el sombrero y cogió su paraguas, pero dejó el ramo de rosas en el banco. Partió entonces con pasos cortos, cuando después de unos pasos oyó que una voz de mujer lo llamaba por su nombre. El hombre se detuvo un momento, vacilando por unos instantes, pero reemprendió su camino, con pasos largos y rápidos. Una mujer lo miraba desde el banco, con el ramo de rosas en la mano.