Aglomoco

Bienvenidos al torcido mundo de mi creación, Aglomoco ¡Recuerden! Comentad o les arrancaré el higado!

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Location: Río Bueno, X región, Chile

La historia se ha escrito con sangre y a punta de espada. A mi siempre me a interesado la historia, siendo una de mis grandes pasiones, pero como la historia esta cargada de guerras, revueltas, revoluciones e invasiones, empezé a buscar saber más sobre las guerras y batallas. De esa manera, actualmente, soy un apasionado de la historia belica, así tambien de sus armas y fortificaciones. Aparte de ello, me interesan los juegos de rol, que aunque nunca he jugado ninguno, soy el master de uno inventado (bastante informal, pero a fin de cuentas, poco me importa y a los que lo juegan). Este juego de rol, ya va funcionando desde 10 años más o menos, y en su momento pick, tuvo 70 personas, cosa que por ridicula que sea me enorgullese. Por ahora, estudio, si así se le puede llamar a lo poco que hago con respecto al colegio. "Incursores Kanovs" es una novela que estoy escribiendo, se puede considerar como una tipica historia de estilo "espadas y brujeria", pero relativo a mi juego y mi mundo, Aiers o Aglomoco, como prefieran mencionarlo. "Guerra de Fronteras" es mi primera novela gráfica y trata principalmente de la vida y campaña en el crucero de Nortenz "Skadi"

Friday, May 25, 2007

8 Guerra de Fronteras


Más notas! Yuuupi!

EUS: Estados Unidos Spotzenianos, Democracia restringida, en verdad una oligarquia de grandes industriales. Durante el último tiempo ha visto relegado su papel de potencia de primer orden por imperios interplanetarios como los Estados Autocráticos Nutks (Nortenz, Kalingia, Unión, Confederación, etc) la RFB, y por problemas internos y guerras de secesión de sus colonias, opuestas al centralismo Spotzeniano, pero aún asi su maquinaria de guerra y poder industrial son impresionantes, pero se ve afectada su efectividad por cierto retraso tecnológico y la doctrina Spotzeniana: Dispara mucho, y mientras más mejor (aunque nunca dicen por ninguna parte que tienes que apuntar antes)

SGI: Soldados de la Guardia Imperial, Unidad de elite de la elite de la RFB, que sólo pueden ser enfrentados con exito por Kossaks, Dragones o otras unidades especiales.

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7 Guerra de fronteras


gran parte de esta pagina no me gusta como quedo, pero, será.....

unos datos:

RFB: República Federal Bazikstana, en verdad un estado totalitario y totalizante dispuesto en torno de el Sha Bazik, Mohammed Khamilo, y apoyado en un partido único, que se mantiene en el poder por medios represivos a grupos denominados enemigos del estado. Este estado dice actuar por la felicidad de sus ciudadanos, manteniendolos en la ignorancia los una casta de otra, sin movilidad social. En sus origenes era una república, pero ahora solo queda el nombre como recuerdo. Expertos en la producción en serie y en masa, y sin interesarse en la vida de sus soldados, los generales baziks mandan oleada tras oleada de soldados, ejércitos y naves a la muerte para destruir a los "perros Nutks"

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Saturday, May 19, 2007

6 Guerra de Fronteras

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5 Guerra de Fronteras

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Saturday, May 12, 2007

4 Guerra de Fronteras


no me gusta como quedó el 8º cuadro....

que demonios

disfrutadlo!

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3 Guerra de Fronteras

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Wednesday, May 09, 2007

2 Guerra de Fronteras, "presentación"


pagina 2 de Guerra de Fronteras:

Eöl Häel!

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Sunday, May 06, 2007

Un algo que nunca paso a ser alguien


Intentando aprender a hacer comicce!

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Kuekker High School


Por que la educación es un derecho y una obligación....

por mucho que se sea de un mundo ficcional, los habitantes de Aiers medieval (o Aglomoco medieval) tambien tienen que educarse.... o ir al colegio, que no es sinónimo...

"Camaronis et dormitas, batracius afilaritas"

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1º Guerra de Fronteras, "genesis"

parece raro... pero Alex si hace algo al proponerselo (rarooo!)
1ª Pagina de "Guerra de Fronteras"

disfrutadlo!

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Saturday, May 05, 2007

Guerra de Fronteras

Proximamente....

si me doy el tiempo de escribirlo

Otros textos del autor:

"Incursores Kanovs" (si alguna vez lo termino...

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Relatos y relatejos

miren como soy de escritor fracasado: voy a mandar relatos a un concurso! yay!

Espera

El hombre cerró el paraguas, antes de volver a abrirlo, nerviosamente. Miró su

reloj y cerró el paraguas una vez más. Miró a ambos lados de la calle, pero aún

a quien tan ansiosamente esperaba, no llegaba. Aquel día de otoño pasaban

frente a sus ojos miles de personas, pero no a quien con tanto afán buscaba.

Fijó entonces por un momento la vista a las copas desnudas de los árboles,

intentando distraerse, pero la visión se le deslizaba continuamente a la

plana y fría cara del reloj, dándose cuenta para mayor fastidio que las

manecillas casi no avanzaban.

Por las dudas, golpeó el reloj con el dedo índice, pero funcionaba

perfectamente bien y el tiempo seguía su curso, a diferencia de cómo el

pensaba. Cambió una vez más de posición, nervioso. Maldijo entonces los

bancos de la plaza y al infeliz que los hubiera construido.

Intentó ponerse cómodo cambiando varias veces de posición, pero por más

que lo intentaba, no era en verdad la banca lo que le incomodaba, si no era

otra cosa lo que lo molestaba. Se entonces sacó el sombrero, y en un gesto

nervioso empezó a darle vueltas en sus manos. Esperó de esa manera, sin

prestar mucha atención a lo que realizaba, otro momento.

Impaciente, estrujó el sombrero entre sus manos, crispadas, y al darse cuenta

lo que había hecho intentó remendarlo, después de lo cual dejó el sombrero en

su regazo y miró por enésima vez el reloj.

Abrió entonces el paraguas, y lo volvió a cerrar. Buscó entonces, expectante,

en medio de la multitud a quien esperaba, sin divisar a nadie conocido en

medio de la gris multitud. Hastiado, se dedicó a comprobar el funcionamiento

del paraguas, pero pronto se cansó de ello y lo dejó de nuevo junto a sí.

Empezó entonces a tamborilear con sus dedos sobre el sombrero, mientras

observaba, buscando por la plaza, pero sin resultado.

Ante esta búsqueda infructuosa, se volvió a mover incómodo en el banco de la

plaza. Intentó silbar una conocida melodía, pero se había olvidado la mayor

parte de ella, por lo que silbaba únicamente el estribillo.

Esperó otro rato más, mirando sin especial interés un ramo de rosas que

consigo traía, hasta que, finalmente, se caló con fuerza el sombrero y cogió su

paraguas con un brusco movimiento y dejó el ramo de rosas abandonado

en el banco. Se empezó a alejar entonces a pasos cortos, sin ninguna energía

ni vigor, cuando después de unos pasos oyó que una voz de mujer lo llamaba

por su nombre. El hombre se detuvo un momento, dudando por unos breves

instantes, pero finalmente hizo el primer gesto enérgico de aquel día:

reemprendió la marcha, pero ahora con pasos vigorosos, rápidos y largos, sin

voltear ni una vez en dirección al banco, y sin que la duda lo hiciera dar

marcha atrás.

Desde el banco, una mujer lo observaba, confundida, perderse en medio de la

gris multitud, en medio de aquel gris día de otoño, mientras apretaba en sus

manos el ramo de rosas que el hombre había dejado.

Trincheras

Después de siete días de infierno, repentinamente se hizo la paz: un silencio

expectante se extendió por todo el frente. La artillería callaba finalmente.

Tal evento sólo una cosa podía significar, y los hombres hacinados en los

oscuros y lúgubres refugios subterráneos se miraron entre sí, con una

expresión de terror en sus rostros. Aquel silencio significaba que el enemigo

lanzaría su ofensiva.

Rápidamente los suboficiales ladraron las órdenes, mandando a sus hombres,

que no habían podido comer desde hacía días porque la acción había evitado

que llegaran las provisiones, a ocupar sus puestos de batalla en las trincheras

casi inexistentes, destruidas por la acción de la artillería.

Se situaron en posición de tiro, mientras intentaban desesperadamente

mejorar sus maltrechas posiciones con bayonetas y palas, con las que cavaban

frenéticamente, mientras los ametralladores, guiados por los oficiales sacaban

lo más rápidamente posible las pesadas ametralladoras Maxim con su trípode

de los refugios, donde habían sido escondidas al iniciarse el tenaz bombardeo.

Se repartieron las pocas municiones adicionales existentes y, más de uno, rezó

un Padre Nuestro. El ataque ya se había demorado demasiado desde el cese

del fuego de los cañones, comentaron entre sí. “Deben haber tenido alguna

descoordinación. Pobrecillos”, respondió uno, con sorna.

Entonces se escuchó la señal de ataque. Los oficiales franceses tocaban sus

silbatos, mientras que trepaban por las escaleras dispuestas en las trincheras

para el ataque. Un torrente interminable de infantes franceses, que se lanzaba

en vertiginosa carrera intentando atravesar la tierra de nadie.

Los morteros y cañones alemanes rápidamente abrieron fuego sobre el

enemigo que había ya rebasado sus posiciones y avanzaba por la tierra de

nadie, pero los tubos de los cañones estaban desgastados por la larga guerra y

la parálisis de la industria alemana por el bloqueo de la Entente Cordiale, por lo

que los “schnarpel” quedaron cortos, cayendo incluso en las propias trincheras

alemanas, por lo que se pidió el inmediato cese del fuego por parte del

comandante de campo germano. Los franceses continuaban su carrera,

indemnes, por la tierra de nadie, hasta que abrieron fuego las pesadas

ametralladoras Maxim, que escupían sus mortales proyectiles de 7,62 que

barrieron a los infantes, dejando grandes vacíos en la línea de

ataque. Pero como decían los generales franceses “el soldado francés sólo

conoce la ofensiva”, y a pesar de las bajas sufridas, continuaban adelante, a

bayoneta calada, dejando a los muertos y heridos tras de si. Los fusileros

alemanes empezaron a disparar entonces, pero nada detenía a los agresores,

que cruzaban dificultosamente las alambradas. Los alemanes calzaron

entonces sus bayonetas y cogieron las palas afiladas. Arrojaron las granadas a

los ya demasiado próximos franceses, recibiendo, a su vez, las enemigas.

Entonces los franceses alcanzaron las trincheras alemanas y comenzó el brutal

y sangriento combate cuerpo a cuerpo, pero los hombres del Kaiser, superados

enormemente en número, fueron muertos o hechos prisioneros.

Un suboficial francés, con un vendaje improvisado sobre un ojo, se acercó

entonces a su superior, que se encontraba de pie junto a un refugio

observando la trinchera cubierta de cadáveres y las pálidas caras de los

soldados, con el terror del ataque aún en sus rostros. El oficial, al sentir que se

acercaba el suboficial se dio vuelta y lo saludó.

-¿Y Mersault?

-Monsieur Captain, avanzamos 420 metros. Nuestras bajas son de 140

muertos y 300 heridos.

El capitán le dio un espaldarazo al suboficial y se mostró satisfecho.

-Parfait, Mersault. Avanzamos más que en todo julio. Felicite a los

hombres.

El horizonte

En una llanura perdida u olvidada, que a nadie en realidad le importaba, una

anciana avanzaba cojeando, lentamente, por un camino arruinado, convertido

tan sólo en una huella de barro.

Nada en aquel páramo se hallaba, sólo algunos cráteres de explosión a ambos

lados del camino y un tanque destruido, que humeaba al borde de él.

La vieja caminaba lentamente con la mirada perdida en el horizonte, cargando

en un miserable bulto atado a su espalda, todo lo que de su vida quedaba, las

pocas pertenencias que aún guardaba. Una vez más, se detuvo en medio del

camino, para mirar hacía atrás, donde habían quedado todos los esfuerzos de

su vida, todos sus sueños, deseos, ambiciones, familia y emociones, todo su

pasado, muerto y enterrado.

Suspiró y continuó su lenta y cansada marcha, a duras penas por la fangosa

huella que constituía ese camino, cuando vio por el rabillo del ojo un

movimiento al interior de uno de los cráteres al borde del camino.

Llena de temor, se volteó en dirección del cráter, que observaba

aprehensivamente, mientras sujetaba temerosa sus miserables pertenencias.

Pero del cráter de artillería, apareció tan sólo un niño pequeño, que salió de su

escondrijo a duras penas tras continuados esfuerzos. Cuando logró salir de él,

el niño se quedó observando a la anciana de manera fija, desde el borde del

cráter. El pequeño estaba desnutrido y vestía tan sólo harapos, y su mirada

era un reflejo de la desesperanza, del fin de los sueños y la inocencia, una

mirada marcada por la guerra y profunda, madura e incongruente para un niño

de su edad.

La anciana buscó entonces con su cansada vista en la llanura alguna señal de

los padres del niño, pero en aquella llanura infinita, en ese páramo sólo se

encontraban ella, el pequeño, el tanque destruido, recuerdo persistente de la

cruenta realidad y el frío y aullante viento que anunciaba un próximo y duro

invierno.

La anciana dio otro suspiro, dio la vuelta y siguió su lento y doloroso camino

hacia el lejano y distante horizonte, avanzando torpemente por el barro,

mientras la mirada del pequeño la seguía persistentemente desde el borde del

cráter.

La anciana se detuvo entonces una vez más, para darse la vuelta y ver por

enésima vez hacía atrás y su pasado, muerto, enterrado y pasado, cuando su

vista nebulosa notó al niño, que seguía erguido junto al cráter de artillería.

La anciana entonces extendió entonces su huesuda, arrugada y vieja mano al

viento, que la rodeó y congeló. Continuó con la mano extendida al viento un

tiempo indefinido en un gesto impreciso, desesperado y desgarrado, hasta que,

casi sin que la anciana lo notara, se aferró a ella una pequeña manito,

embarrada, entumida y herida. Al contacto, ambas manos se aferraron una de

otra, como queriendo aferrarse entre sí para no ser separadas por el viento que

aullaba.

El niño y la anciana prosiguieron entonces el camino, tomados de la

mano, avanzando hacía el triste y plano horizonte, dejando atrás de sí los

cráteres de artillería, el tanque humeante, las heridas de la guerra, la

crueldad y destrucción.

Se perdieron así ambas figuras en el horizonte, sin saber que los esperaba en

él.

Llueve sobre la ciudad

La lluvia caía en las ruinas de calles de la ciudad. De vez en cuando, se

escuchaba como se derrumbaba algún muro con gran estrépito, por

las heridas de guerra sufridas.

Los edificios se erguían tristemente, y sus ventanas sin cristales parecían

amenazadoras cuencas de ojos vacías.

Por las calles, obstruidas por escombros y cortadas por obuses de artillería,

yacían algunos cadáveres. La lluvia incesante, mojaba todo y rellenaba los

cráteres con agua. En una de aquellas antiguas calles, ahora simples

recuerdos de lo que alguna vez fueron, un pequeño grupo se desplazaba

sigilosamente. A primera vista, hubieran parecido solo un grupo de niños o

vagabundos por los míseros harapos que vestían, pero cada uno de ellos

portaba un sendo fusil de asalto.

Se refugiaron un momento en un comercio abandonado y saqueado, mientras

veían con aprehensión los techos y ventanas adyacentes, siempre en

búsqueda de un fulgor, de un cañón de arma, del más breve movimiento que

delatara la presencia de un francotirador o enemigos, siempre al acecho.

Después de una exhaustiva observación, el líder del grupo, un joven – casi un

chiquillo- que llevaba lentes oscuros y una manta camuflada, único equipo que

lo identificaba como un combatiente, ordenó avanzar a los suyos.

Los guerreros, nuevamente avanzaban por las ruinas de la calle, ocultándose y

agazapándose tras cada cosa que les pudiera proporcionar algún refugio en

contra de posibles agresores.

Todos ellos eran jóvenes, demasiado tal vez.

Su país desde hacía años que era desgarrado por una lucha sin sentido, una

guerra fraticida que enfrentaba diversas facciones, etnias y religiones. Ya

muchos habían caído, demasiados, y cada vez los combatientes eran de menor

edad.

Avanzaba el grupo por las calles en silencio, pero desde lo alto de un ruinoso

edificio de ladrillos, alguien los vigilaba: Un soldado veterano, de una nación

extranjera que se había unido a la guerra apoyando una de las numerosas

facciones que luchaba por el poder, que dejaba su taza de café en el alfeizar

y cogía su fusil de precisión Dragunov. Tranquilamente, el veterano colocó a

sus pies una roída manta, se tendió lentamente en el piso, y desde un hoyo en

la pared producido por un obús, apuntó al grupo con su mortífera arma, pero

vio a través de la misma no a fieros soldados, con determinación en

sus rostros. Lo único que veía con su mira eran tan sólo unos niños, con las

caras sucias y demacradas, mirada hambrienta, que jugaban a ser soldados.

Paseó la mira telescópica por sobre todo el grupo, por sobre cada miembro,

pero aquella misma descripción se repetía en cada uno de ellos.

Suspiró, antes de retirar la cara del fusil. Le colocó entonces los protectores a

la mira telescópica, envolvió con un gesto casi paternal su fusil en la manta

sobre la que había estado tendido, se levantó del suelo lentamente y fue por su

café. Le dio entonces un sorbo, después de lo cual hizo una mueca de fastidio.

Por lo menos esta tibio, pensó.

La lluvia continuaba cayendo en la ciudad.

Montecassino

Se arrojó al fondo de la trinchera, aterrizando en el sucio fango de cara.

Rápidamente se tendió de espaldas, amartilló su pistola ametralladora y se

quedó tirado en el fango como muerto, mientras pasaban silbando las balas de

fusil y traqueteaban las ametralladoras. Entonces vio como pasaban sobre el,

saltando por sobre la trinchera cientos de hombres en uniformes caquis y con

cascos aplanados. Una vez que pasó el último, sin fijarse en la trinchera semi

derrumbada y llena de cadáveres. Él se movió lentamente, reptando por entre

los muertos, hasta llegar al fin de la trinchera, donde sacó por instantes la

cabeza, para saber que sucedía. Después de una breve mirada, volvió a

enterrarse en el sucio fango. La batalla avanzaba y el enemigo presionaba

sobre las líneas propias, pero por ahora nadie quedaba en ese lugar, fuera de

un reguero de muertos. Decidió partir cuanto antes, para no hacer en prisionero

de los ingleses y pasar el resto de la guerra de Inglaterra. Antes de partir miró

un momento su harapiento uniforme y recordó como lucía aquel día que

parecía tan lejano, cuando se reclutó como voluntario y fue destinado a los

granaderos Panzer.

No llegaba a creer que esos harapos eran aquel mismo vistoso y reluciente

uniforme. Sonrió un momento amargamente. Tampoco aquella guerra, no,

aventura, era la misma que ahora.

Después de esperar unos instantes más, cesó en sus devaneos y saliendo de

aquella trinchera desolada y arrastrándose por el campo de la muerte a las

líneas amigas e intentar alcanzar la montaña sagrada, la última posición

alemana en aquella batalla, Montecassino.

Nada Personal

Una sombra saltó dentro de su cráter. Sobresaltado, se dio vuelta, viendo a

uno de sus camaradas. Este le dijo algunas palabras de ánimo, le

palmeó la espalda y le dio munición adicional. Con un cigarro en la comisura de

los labios se despidió, para seguir con la entrega de munición. El afirmó su fusil

de asalto con fuerza, nervioso. Desde hacia dos semanas esperaban en ese

infierno congelado de barro y nieve el ataque, que había sido preparado desde

hace días por la artillería enemiga.

Se llevó un cigarro a la boca, sin encenderlo. Los francotiradores ya habían

hecho su trabajo y le habían enseñado a los de su batallón a no fumar a punta

de balazos en la cara. La artillería enemiga disparó otra ráfaga, pero

demasiado corta.

Un sargento se acercó reptando con una ametralladora liguera en sus manos y

ladrando órdenes. La artillería se silenció. El ansiado y temido ataque ya venía.

Mientras cargaba su arma, tomó una bala, y mientras jugaba con ella divagaba.

Finalmente repitió, masticando las palabras, las órdenes: hasta la última bala y

el último hombre.

¡Ya vienen!- gritaron en una trinchera vecina.

¡No disparen hasta mi orden!- ladró el sargento.

1.000 metros…900 metros…800 metros… cientos de sombras avanzaban

inexorablemente a través de la niebla…700 metros…se encomendó a Dios y

amartilló el arma…600 metros…un par de obuses pasaron silbando sobre su

cabeza…500 metros…apuntó a un soldado con una gorra de piel…400

metros…El sargento lanzó un grito y todos dispararon sus armas. Las balas

trazadoras de las ametralladoras le daban a la batalla el aspecto de unos

inocentes Fuegos artificiales. El hombre de la gorra de piel, alcanzado, subió

sus brazos al cielo, en un silencioso ruego, para luego caer para siempre.

Cargador tras cargador, a pesar de sus esfuerzos, las fuerzas enemigas

alcanzaban sus posiciones. Un pequeño bulto cayó en el fondo de su cráter de

artillería, hundiéndose en el barro. Por curiosidad, dejó el arma en el suelo, en

el fragor de la batalla. Hundió su brazo en el barro para sacar el bulto, dándose

cuenta aterrorizado que era una granada. Con todas sus fuerzas la arrojó, pero

apenas salió de su mano explotó, lanzándolo fuertemente al fondo del cráter.

Despertó. No oía nada. Su primer pensamiento fue que había terminado la

batalla, pero vio como sus camaradas disparaban, sin oír nada. Se dio cuenta

que estaba sordo. Trató de incorporarse, sin lograrlo. Después

de juntar todas sus fuerzas logró levantar la cabeza, para ver lo que antes

habían sido sus piernas , su brazo, y que ahora no eran más que muñones

sangrantes y que tenía una esquirla de granada en el hígado. Dejó caer su

cabeza…estaba condenado. Intentó rezar, pero no logró recordar ninguna

plegaria. Intentó recordar los altos valores patrióticos enseñados por la

propaganda, pero nada quedaba de aquello. Finalmente, con sus últimas

fuerzas, llevó su mano al bolsillo de su chaqueta, para extraer una foto que

miró por unos instantes. Recordó su pequeña y soleada casa, con su jardín y

su familia, que nunca más volvería a ver. Una lágrima corrió por su mejilla y

cerró sus ojos por última vez.

La pura nieve, que caía suavemente, sirvió de manto fúnebre para los caídos.

El viento arrancó una foto de las manos de un muerto. Una joven y dos

pequeñas niñas viajaban ahora a casa.

Un trabajo peligroso

Sentía que el calor no sólo le cocinaba la piel, si no que le achicharraba hasta

el alma. Junto a sus compañeros, se intentaba refugiar en la escasa sombra

del tanque para escapar del calor infernal del mediodía, mientras se lamentaba

de no haber seguido el ejemplo de algunos veteranos, que cavaron unos

agujeros en la arena- que ellos, en burla, llamaron sus tumbas- en los que

luego se echaron y se taparon con unas mantas, escapando del calor en el

fresco de la tierra.

Se maldijo una vez más y bebió un sorbo de agua de su cantimplora para

humedecer su reseca garganta y se pasó la lengua por los labios, para evitar

que se agrietaran.

El comandante del tanque, a pesar de la modorra, se levantó lentamente del

suelo y revisó el horizonte con una mirada, dándose cuenta de que al norte se

levantaban unas columnas de humo. Sin estar seguro de lo que había visto, se

metió al calor infernal del vehículo y miró por los telémetros del vehículo, pero

al ver que sus lentes estaban empolvados, se los sacó rápidamente y los limpió

en su sucio overol. Se calzó nuevamente los lentes y miró por el visor:

-¡Joder! ¡Tanques al norte!- Ladró al resto de la tripulación del tanque.

Rápidamente retransmitieron la información al resto de la división de blindados

y tanques que estaban apostados en el desierto, cuyas tripulaciones

rápidamente abordaron sus respectivos vehículos después de empacar todos

sus enceres.

En un trabajo frenético, los carristas intentaban alistar el tanque para el

combate, limpiando los telémetros y armas de la arena del desierto, quitando el

tapabocas del cañón y encendiendo el tanque, que se negaba.

-¡Maldito cabrón!- rugió el conductor, antes de patear el tablero de

mando, ante lo cual el tanque se encendió.

Entonces recibieron las órdenes por la radio de lanzarse al ataque, con lo que

todos los tanques y blindados aceleraron al máximo, en formación de batalla.

Pronto, a cuatro kilómetros de distancia de enemigo, los primeros cañonazos

enemigos cayeron entre los tanques, gracias a su mayor alcance.

-Necesitamos alcanzar los 1.200 metros con los mil demonios, solo a

esa distancia podemos responder el fuego.-

Cuando alcanzaron aquella distancia, ya numerosos tanques habían sido

destruidos, y sus restos humeantes se encontraban desperdigados por el

desierto.

- Coloquen proyectiles HEAT, disparen al vehículo que encabeza la columna enemiga.-

Todos se aprestaron en sus posiciones, mientras el cargador ponía la pesada

munición de 125mm.

- ¡Proyectil cargado!-

El comandante escrutó nuevamente en el visor y vio los números que

aparecían en su pantalla

- 1.100 metros, a las 11-

- ¡Todo listo!-

- ¡Pues quemémoslos! ¡ Fuego!-

El tanque se remeció por la fuerza del cañonazo, haciendo saltar a sus

tripulantes unos 10 centímetros de su asiento. En medio de la humareda y el

olor de pirita y pólvora quemada el comandante escrutó el visor...

- ¡¡¡¡ Menudo montón de mierda!!! ¡¡¡ Fallaste imbécil!!!- Miró a través del

visor

- Carajo... ¡Retrocedan a fondo! ¡Misiles filogiados!-

El conductor metió retroceso, pero el misil guiado por alambres rectificó su

curso: ya estaban condenados. Cuatro de los tripulantes rezaron rápidamente,

queriendo congraciarse con Alá antes de su muerte, mientras el oficial intentó

desesperadamente abandonar el tanque, en vano. Fueron alcanzados por el

misil en el morro del tanque, el cual se encendió en llamas. Los carristas,

mientras su piel y carne se quemaba, intentaban abandonar el vehículo, pero

antes que lograran abrir las tapas la munición almacenada en el interior del

vehículo estalló, haciendo volar por los aires la torreta y el motor del tanque, en

una gigantesca bola de fuego.

-Oh yes...One more down-

-Well done, soldiers-

-¡Lets go to destroy more mohameds! –

-We are the champions, we are the champions…-

-Hey, stupid, silence please –

-Ok-

Los tanques del séptimo de caballería del ejército de Estados Unidos pasaron

al lado de los restos carbonizados del tanque Iraquí, siguiendo su camino

invariablemente a Bagdad.

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