Una sombra saltó dentro de su cráter. Sobresaltado, se dio vuelta, viendo a
uno de sus camaradas, Kotman. Este le dijo algunas palabras de ánimo, le
palmeó la espalda y le dio munición adicional. Con un cigarro en la comisura de
los labios se despidió, para seguir con la entrega de munición. El afirmó su fusil
de asalto con fuerza, nervioso. Desde hacia dos semanas esperaban en ese
infierno congelado de barro y nieve el ataque, que había sido preparado desde
hace días por la artillería enemiga.
Se llevó un cigarro a la boca, sin encenderlo. Los francotiradores ya habían
hecho su trabajo y le habían enseñado a los de su batallón a no fumar a punta
de balazos en la cara. La artillería enemiga disparó otra ráfaga, pero
demasiado corta.
Un sargento se acercó reptando con una ametralladora en sus manos y
ladrando órdenes. La artillería se silenció. El ansiado y temido ataque ya venía.
Mientras cargaba su arma, tomó una bala, y mientras jugaba con ella divagaba.
Finalmente repitió, masticando las palabras, las órdenes: hasta la última bala y
el último hombre.
¡Ya vienen!- gritaron en una trinchera vecina.
¡No disparen hasta mi orden!- ladró el sargento.
1.000 metros…900 metros…800 metros… cientos de sombras avanzaban
inexorablemente a través de la niebla…700 metros…se encomendó a Dios y
amartilló el arma…600 metros…un par de obuses pasaron silbando sobre su
cabeza…500 metros…apuntó a un soldado con una gorra de piel…400
metros…El sargento lanzó un grito y todos dispararon sus armas. Las balas
trazadoras de las ametralladoras le daban a la batalla el aspecto de unos
inocentes Fuegos artificiales. El hombre de la gorra de piel, alcanzado, subió
sus brazos al cielo, en un silencioso ruego, para luego caer para siempre.
Cargador tras cargador, a pesar de sus esfuerzos, las fuerzas enemigas
alcanzaban sus posiciones. Un pequeño bulto cayó en el fondo de su cráter de
artillería, hundiéndose en el barro. Por curiosidad, dejó el arma en el suelo, en
el fragor de la batalla. Hundió su brazo en el barro para sacar el bulto, dándose
cuenta aterrorizado que era una granada. Con todas sus fuerzas la arrojó, pero
apenas salió de su mano explotó, lanzándolo fuertemente al fondo del cráter.
Despertó. No oía nada. Su primer pensamiento fue que había terminado la
batalla, pero vio como sus camaradas disparaban, sin oír nada. Se dio cuenta
que estaba sordo. Trató de incorporarse, sin lograrlo. Después
de juntar todas sus fuerzas logró levantar la cabeza, para ver lo que antes
habían sido sus piernas , su brazo, y que ahora no eran más que muñones
sangrantes y que tenía una esquirla de granada en el hígado. Dejó caer su
cabeza…estaba condenado. Intentó rezar, pero no logró recordar ninguna
plegaria. Intentó recordar los altos valores patrióticos enseñados por la
propaganda, pero nada quedaba de aquello. Finalmente, con sus últimas
fuerzas, llevó su mano al bolsillo de su chaqueta, para extraer una foto que
miró por unos instantes. Recordó su pequeña y soleada casa, con su jardín y
su familia, que nunca más volvería a ver. Una lágrima corrió por su mejilla y
cerró sus ojos por última vez.
La pura nieve, que caía suavemente, sirvió de manto fúnebre para los caídos.
El viento arrancó una foto de las manos de un muerto. Una joven y dos
pequeñas niñas viajaban ahora a casa.
Labels: cuentos y creaciones literarias
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